martes, 13 de septiembre de 2011

Séptimo / Septiembre


Para ti,
por el día y la noche,
gracias.


Séptimo día luego del séptimo y Venus

Las hornillas han calentado el agua
La simplicidad del café en las tazas
El son, la risa sobre las sábanas

La gala de lo que será menos parecida a una cena
Los sabios han dejado escrito
Hoy día de la estrella en los andes
Es el mismo día germano de Freyja
¿Ves que eres tú todas las diosas y musas?

Se hacen realidad los tulipanes
Solo entre tus dedos
De un sueño que ya no nos dejará más

Aún la vanidad de los emperadores
No mueven los séptimos de sus lugares
No cambiarán tu Séptiembre

(escrito el 14 de septiembre de 2007)

jueves, 11 de diciembre de 2008

MEDIANOCHE

Sobre la calle azul y redonda

Va viajando el sonido del saxo

Y el piano, otro pájaro nocturno,

Abre su pico

Canta con mi voz buscando detener la noche

Confiesa

La única manera de medir la distancia

Que separa esta puerta de vidrio

Que encierra a mi garganta

Y la ventana de la torre

Que guarda tu cuerpo secreto e inmortal

Es utilizando las huellas de tu pie blanco

En el bar ruedan los sueños como lágrimas

Se desnudan las notas

Thelonius pide un escocés

Inicia a tocar ‘Round the Midnight

viernes, 21 de marzo de 2008

HISTORIAS DE LA ABUELA - LUCRECIA Y LEONCIO

Freyja me contó esta historia.
Uso su voz.




Solía acompañarla en la cocina. La abuela cocinaba y contaba historias todo el tiempo. A veces también cantábamos boleros de hacía 20 o 30 años. No me gustaba salir con los demás primos a jugar. Prefería estar con la abuela jugando cartas o al lado de mi abuelo resolviendo los crucigramas o viendo la tele. De eso ya pasaron casi 10 años.

Alguna tarde, revisando las fotos con ellos encontramos una del tío Leoncio. Aparecía casi de perfil, en una pose clásica de actor de cine tipo Clark Gable. Su rostro era bello. La abuela decía que esa foto era de la época en que Leoncio quería ser cura. Pero ahí apareció Lucrecia para casarlo. Y lo logró.

Dicen que el tranvía aparecía frente a las puertas del seminario a las tres de la tarde todos los días. Y de él bajaba Lucrecia, una mujer de más de veinte años, muy delgada, alta y de una mirada gris que la hacía parecer mucho mayor de lo que era. Solía atravesar la calle y pararse en una esquina a esperar que las puertas del seminario se abrieran. No lo sabía, pero desde el pupitre que ocupaba Leoncio en un salón del segundo piso el la seguía con la mirada.

En los primeros días en que ella apareció Leoncio creía que sería cuestión de pocas palabras y desesperanza para que ella dejara de visitarlo. Sin embargo ya habían pasado muchos meses desde la primera visita. Y, a pesar que el seguía conversándole de sus ansias de ser ungido sacerdote, Lucrecia regresaba cada tarde en el tranvía de las tres para pedirle que lo pensara mejor.

Se acompañaban mutuamente en el camino de regreso a casa en el tranvía de las 5. Entre ambas casas solo habían tres cuadras así que los padres de ambos no se habían opuesto nunca a su acercamiento. Solo las primas, entre ellas la abuela, se habían enterado de la osadía de Lucrecia, pero ninguna dijo nada. A Leoncio le rondaban siempre las mujeres como mosquitas, me contaba. Era su porte, su bello rostro, su amabilidad. Y el solo quería ser cura! exclamaba la abuela. A pesar que le gustaba ir a los cumpleaños y bailar un poco, siempre repetía las cosas que iba aprendiendo en el seminario. Su madre estaba contenta. Las chicas decepcionadas. Menos Lucrecia. Ella lo quería para si.

Al principio solo se le había insinuado en las reuniones donde coincidían. Le mandaba mensajes con las primas que eran amigas de ella para que la invitara a bailar. El cortésmente accedía. Y si lo veía bailar con otra chica le lanzaba una mirada que podía cortar la piel. El reía y temblaba de encanto. Sin embargo, su encanto no era suficiente.

Más tarde comenzaron las cartas. Ella le contaba de los negocios de su padre, del quehacer de la casa y terminaba la carta confesando que quería siempre verlo, que soñaba con que él la llevaba del brazo por el malecón y le besaba la mano mientras un hijo de ambos paseaba en su triciclo. El no respondía las cartas. La última carta culminó con el anuncio de que iría a buscarlo a la salida del seminario.

A las tres de la tarde del 23 de junio, mientras en Lima caía una insípida garúa, ella bajó por primera vez del tranvía frente a las puertas del seminario. Leoncio, al notar su presencia, retrasó su salida. Luego, compadeciéndola del frío salió a su encuentro. Caminaron unas cuadras hasta una panadería. Mientras esperaban el tranvía de regreso ella le preguntó acerca de las cartas que le había enviado. El sacó de su maletín, envueltas en una tela verde, las cartas cerradas. Sólo la primera estaba abierta. Le confesó entonces que se había negado a abrirlas porque la primera lo había dejado insomne durante tres noches. Luego de rezar por horas y haberse confesado logró recuperar el sueño. Entonces decidió no abrir las demás.

Todo aquel junio lloviznó. O eso decía la abuela. Yo creo que se le juntaron los días de garúa. Porque, dijo la abuela, así también fue la noche en que Leoncio decidió abrir la segunda carta que tenía guardada. Y luego la tercera, y la cuarta. Diecisiete en total. Todas las leyó y releyó mientras sentía que dentro del pecho algo se iba disolviendo como una roca de arena tibia. Al día siguiente solo quería ver el tranvía de las tres parado frente al seminario. Sentía el maletín pesado, como si las cartas abiertas y leídas que guardaba se hicieran más pesadas que cuando cerradas.

Lucrecia notó algo diferente en Leoncio aquella tarde, pero no preguntó nada. El la miraba diferente. Incluso casi le había tomado la mano mientras viajaban en el tranvía de regreso a casa.
Una semana más tarde Leoncio se retiró del seminario y fue directamente a la casa de los padres de Lucrecia a pedir su mano. Hubo un pequeño escándalo en la casa . Llamadas telefónicas y conversaciones en voz baja de esas que usan los adultos para que los menores no se enteren. Y las primas que sabían todo y con más detalle que cualquiera ya pensaban en los vestidos que tendrían que usar para la boda.

Así fue como me lo contó la abuela. Yo conocí a Lucrecia. Las pocas veces que la vi me pareció una mujer resentida con la vida a la cual no le gustaban los niños. Y creo que la causa fue el poco tiempo que pudo disfrutar al hombre de su vida. Leoncio murió repentinamente una mañana de diciembre de un infarto. Sólo tenia 42 años, doce de los cuales estuvo casado con Lucrecia. Y, aunque nunca pudieron tener hijos, la amó.

lunes, 7 de enero de 2008

Nueve Naves

Apuntas hacia el mar y ríes. Llegan las aves azules, los primeros rayos de la luna. Los dibujos sobre la arena se funden.

Nueve naves surcan las mareas de la piel. El precipicio imposible entre la lágrima y el vientre. Un viaje al nuevo mundo. Botones de blusa.

Apuntas hacia el mar y me coges del cuello. Sirve aquel sofá frente a la ventana. Menciono tu nombre. Me atrapas en un pliego de papel.


Keros que vierten el almíbar dentro del salón oscuro. Somos piel madera tallada. Somos los ríos, el grito del curaca, el suspiro de Ñusta.

Almas de quenas y zampoña esperando el naufragio. ¿Enmudece el mar? No, solo canta sibilante como las pastoras.

Retorna el agua y trae el fuego en su espuma. Va y viene llenándose de sueños. Acompaña nuestro ritmo.

Inundas la habitación con una palabra impronunciable para los mortales. Esa palabra describe la manera de domar a los centauros. Esa palabra poliniza las flores.

Nueva es ahora la arena que cubre la playa. Nuevos los rayos de luna y las aves azules. Las nueve naves.

Apuntas hacia el mar y buscas mi mirada. Mencionas mi nombre. Me traes de regreso de la pequeña muerte.

miércoles, 26 de diciembre de 2007

CÍRCULO / OLUCRÍC

Y aunque lo pida miles de veces

esta vida no se repetirá más

y si la voy a vivir una vez

solo quiero que sea contigo


He querido escribir un poema

Y nació un círculo

Daba inicio con el fin y continuaba en un canto

Puse el primer punto en un lunar sobre tu cadera

Envolví la habitación donde me encuentro

Continué escapando por la ventana, como tu mirada

Perseguida por mis ojos viejos que preguntan

¿Dónde estás?

Y si hubiera bosque estarías más allá

Y si hubiera horizonte regresarías

Interminable el círculo quiere ser poema

Y repite mar, arena, cielo, ojos, mirada

Mujer, araña, canto, lunar, musa, espada, noche, vestido, día

Sueño, amor, sol, luna, estrella, colina, sombra, árbol, lecho,

Amanecer, lengua, espalda, manos, sonrisa

Un poema-círculo renueva las palabras

Como las lágrimas siempre de la misma agua nueva

domingo, 30 de septiembre de 2007

EL DEDO Y LA ARAÑA (Anotaciones para un guión porno)

Desmadejado el ovillo de hilo
En tus manos de piedra lunar
He regresado a ser
Sobre tu índice derecho
Una tranquila araña

GG

Era demasiado tarde para encontrar habitación. Impresionados por la claridad de cielo, lejos de aquella colcha que suele cubrir la ciudad, detenemos el coche cerca del río. Ya no importan las buenas causas que nos han traído a estos valles de uva y algodón. El viaje de las piedras en el agua se han transformado en canto y el viento sopla notas que solo hemos escuchado en zampoñas. Apago el estéreo del auto y desabrochamos los cinturones.
Ha pasado una estrella fugaz y sonriendo me invitas a pedir un deseo. Y sabes muy bien, mientras encuentro tu mano sobre mi pierna que es lo que pediré. O quizás no lo sepas exactamente. Entonces, con cuidado inclino mi torso delante de ti. Mi mano derecha acerca tu rostro al mío. El beso que nos deja sin aliento. Me miras sorprendida al notar que he abierto las puertas. Bajemos. Alcanzo rápidamente una de las sabanas que traemos en el asiento trasero. La noche es tibia y se escuchan las cigarras.
La carretera quedó lo suficientemente lejos y nos sentimos seguros de no ser espiados. Permite colocar esta sábana azul sobre el capó. Para hacer que la penumbra no sea intimidante he dejado los faros prendidos en mínima intensidad. Ya estas sentada sobre la sabana. Siempre me ha sorprendido tu agilidad. Y yo que no tengo paciencia ya deje la camisa sobre el techo del auto y voy ahora por tu blusa. Sabes como me encanta que me beses el cuello mientras acaricio tu espalda ya desnuda. Hay señales en mi, casi de delirio. Entonces has colocado tus dedos entre mi pantalón y mi piel. Yo sediento de un beso tuyo te pongo debajo mío. Emprendo la travesía y recorro tus pechos, tu cintura. Paro en cada lunar. El botón de mi pantalón ya los has quitado. Y estas tirando hacia abajo para que caiga. Te dejo espacio para que saques el tuyo. Se de mi torpeza. Quedo impaciente y desnudo apuntando al cielo. Te atreves ahora a tomarme con tu mano mientras besas mi pecho. Entiendo que seré de deseo concedido.
Antes que sea demasiado te pido subir a mis labios. Es momento de cumplir con la orden a tu estrella. Apoyas tus manos sobre mi pecho y en un movimiento de amazona te colocas sobre mi. Te fundes sobre mi con las estrellas que te rodean. Impones el ritmo. Mis manos se asen a tus caderas. Soltamos las notas más altas y el viento nos envuelve. Suenan los muelles de auto. Mientras paso mis manos a tu espalda siento las frescura de tu rocío. Tus labios sueltan trémulos sí. Arqueo mi cuerpo.
Aún quedan energías. Te sugiero el espectáculo celeste. Y ya estas mirándome envuelto en estrellas. Elevo un poco tus piernas. Aprieto suavemente tus muslos. Me coloco suavemente. Mi cadera en tus manos construyen remolinos. Y así como el viento voy en aumento. Sientes lo mismo que yo. El calor en el rostro, el temblor de las piernas. Veo la araña posada sobre tu dedo. La beso. Las estrellas caen sobre la hierba rodeando el auto espiando en silencio.

lunes, 13 de agosto de 2007

Cielo Cerrado

Soy reconocido

Piel, cabello

Tibio

Desalado

Un golpe de agua entra en el momento preciso que un hombre disfrazado de fraile intenta imitar la suerte de un viejo amante suicida. Sin amor solo llega a cumplir un extraño rito circense del que saldrá vivo. La gente aplaude.

Eres reconocida

Piel, cabello

Tibia

Desalada

Tu voz impone la distancia mínima que debe ser respetada en un momento donde hay demasiada luz, demasiada gente, demasiado frío. Coges fuertemente mi mano sobre tu cintura.

Sentencia

Huidizo el beso

Cuerpos vestidos

El cielo cerrado