miércoles, 30 de mayo de 2007

Qué hacer con el cuerpo



Detrás de la cortina no solo aparecerá el mar de todas las mañanas. Hoy aparecerán las bandas colegiales, la multitud, un par de estrados, la bulla. Quizá San Pedro ya fue embarcado y ha salido a la pesca acompañado de enjutos y nostálgicos pescadores. Esa tradición nunca pudo comprobarla. Sintió el piso frío. Entonces buscó con la punta del pie derecho sus alpargatas. Se envolvió con la manta que había quedado regada en el piso. Casi flotando se acerco a la ventana.

Este 29 de junio no le había permitido huir. Acostumbrada a abandonar la ciudad, lejos de aquella celebración desordenada y bullanguera que le impedía disfrutar del paseo por el malecón y respirar tranquilamente en la neblina, sintió nostalgia. Hoy la casa está vacía con ella adentro. Y con él. Ya cerca de la ventana, volvió la cabeza a mirarlo. Comprobó que aún dormía.

Ahora eran muchos más los colegios que participaban del desfile. Muchos más que cuando era ella niña y también desfilaba y soportaba las horas estando de pie. Siempre el mismo redoble de napoleones. Siempre la misma cadencia del bombo. Siempre el sonido chirriante de los trombones y trompetas mal tocadas. Ahora también la voz aguda de una presentadora. Muchos chicos trepados sobre los árboles hablando groseramente. Niños y ancianas vendiendo golosinas. Percibió el olor de grasa quemada de una carretilla estacionada frente a la casa. Vio a los brigadieres ordenando las columnas de policías militares. Los bomberos bebían gaseosa esperando también su turno. Hubiera querido disfrutar la fiesta.

Sintió una corriente fría subiéndole a las rodillas. Se alejó un par de pasos de la ventana. Pensó correr las cortinas y dejar que la luz iluminara la cama donde él dormía. Él, su cuerpo joven, delgado, su cabello largo, su respiración lánguida, su sueño tan infantilmente imperturbable. Y ¿qué hacer con el cuerpo?, susurró. ¿Qué hacer con el cuerpo?

Nuevamente, casi floto hacia la cama. Le descubrió el torso. Lo acaricio. Lo besó. Fue recorriéndole lentamente con sus labios. Sintió como la erección surgía debajo de las sábanas. Buscó rápidamente con la mirada la mesa de noche. La botella de vino, un vaso a medias, el sacacorchos, la caja de condones. Estiró su mano hacia ella. Vacía. ¿Qué hacer con el cuerpo? Musitó. Las ganas ganan. Regresó con ambas manos al cuerpo de él aún somnoliente. Mira qué bien te levantas, le susurró. Y él, quizá, no ubicó la hora, ni el lugar. Y respondió sin culpa con un nombre.

Ahora sí, las ganas ganan. Corrió todas las mantas. Tomó el miembro de él entre sus delgadas manos, mientras afuera la bulla aumentaba. Un fuerte golpe de bombo y platillos hacía vibrar el vidrio de la ventana. Encontró el ritmo y con la boca simuló los vientos. Sentía los dedos de él, no tan delgados y un poco duros recorriendo sus cabellos. Va la banda de la Republicana en primer lugar a ubicarse frente al estrado. Un golpe constante de xilofón quizá una melodía de guerra. Él ahora tiene el cuerpo en arco sobre ella y va acariciándole la espalda. Ella no se detiene, sigue los vientos. El no percibe el movimiento asincopado que persigue la melodía.

Con un movimiento algo brusco él la eleva sobre su regazo. Ella lo rechaza y lo empuja. Pone entonces sus rodillas sobre el pecho de él que yace dominado. Lo deja un momento observarla a los ojos. He ahí, el momento exacto donde el hombre se da cuenta del error del lugar y del tiempo. Ahora el sabe su culpa. Sin embargo, como cualquier hombre en una situación parecida, disimula. Ella sonríe sin demostrar su mayor sabiduría y acomodase sobre su miembro. Y, mientras siente aún la dureza del ser ingresando, va nuevamente pronunciando casi sin hacerlo claramente como con culpa de hacerlo ¿Qué hacer con el cuerpo? Él prefiere mantener el silencio de las palabras y solo deja a la respiración como lenguaje. Ella ahora utiliza el ritmo de las napoleones y cabalga, hundiendo un poco sus uñas sobre aquel pecho delgado y lampiño. Quizá muy tierno para ella.

Un par de aviones han pasado ruidosamente. Suenan las alarmas de los carros en las cocheras. Ella siente la libertad de gritar sin vergüenza. El responde sujetándola fuertemente a la cadera. Ve un instante que ella estira los brazos hacia delante. Se apoya contra la cabecera de la cama. El cierra los ojos. De pronto, mientras los gemidos se confunden con las trompetas, mientras el Santo pasea sobre una barca demasiado endeble, mientras los escolares sufren de calambres de no haber desayunado, un brazo de mujer nostálgica y destruida de amor se eleva con una botella de vino vacía en la mano. El éxtasis a veces llega con un fuerte dolor en la nariz y luego el silencio. Ella solo pensó, después, al ver sobre la cama a aquel cuerpo joven, delgado, su cabello largo, sin respiración, tan muerto e imperturbable: ¿Qué hacer con el cuerpo ahora?